martes, 14 de octubre de 2008

Miserias terrenales


El concepto de higiene es uno de los más susceptibles de interpretación en diversas culturas. Por ejemplo, un musulmán se muere de asco al verte tomar el alimento con la mano izquierda, considerada impura y destinada a cumplir los preceptos higiénicos y no digamos al pensar en comer cerdo. De la misma manera, los olores corporales son más o menos aceptados socialmente según te muevas a lo largo del planeta. Desgraciadamente, en sociedades "hiperdesarrolladas" la obsesión por la limpieza llega incluso a causar enfermedades entre los niños que son obsesivamente aislados por sus madres de cualquier resto de suciedad o polvo, lo que provoca un retraso en el desarrollo de los sistemas encargados naturalmente de protegerles. Pero a lo que vamos: el olfato. Por azares del destino y por culpa de un grupo de entrañables loquitos a los que estaré eternamente agradecida, mi sentido del olfato se ha visto gratamente desarrollado en los ultimos años (con riesgo incluso de llegar a poseer la llamada "porra de La Rioja" consistente en una nariz tapizada con millones de capilares dilatados por el generoso consumo de productos de dicha zona). Cuando te mueves entre Cabernet Sauvignon y sirah, es un privilegio, pero a veces resulta todo un ejercicio de adaptación antropológica.
Ana Lorente, gran conocedora de los saberes del comer y el beber y de la vida en general, me dió la pista: olemos a la grasa que utilizamos para cocinar. De esta manera, en gran parte de Africa, las calles están bañadas en aroma de aceite de girasol, de cacahuete o de otros frutos secos. En el Mediterráneo en general supongo que olemos a aceite de oliva (asesinado por el ajo y la cebolla en el caso español) aunque tendrán que ser otros los que lo digan.
En Turquía, la grasa utilizada para cocinar es mayoritariamente el aceite de girasol aunque también se encuentra con facilidad el de oliva, eso si, al doble de precio. Sin embargo, los portales inmensos, las callejuelas estrechas, las calles siempre abarrotadas, los restaurantes siempre listos para dar de comer a regimientos (excepto en ramadán) huelen a otra cosa. Parecería que estuvieran constantemente asando en la parrilla a algún anciano familiar muerto repentinamente. Lo mismo siento al comer ese carnero u oveja ya crecidito que dió su vida para engordar mi kebab. Es como comerse al tio abuelo muerto en la Guerra civil y cuyo cadáver nunca fue descubierto...hasta ahora?
PD. este comentario fue hecho delante de ciudadanos turcos, rumanos y húngaros. Todos se quedaron horrorizados. Llegó a la parálisis ante las risotadas de la otra única española presente. Empiezo a creer en el humor negro español.

2 comentarios:

Andrés Mourenza dijo...

Es lo que pasa por matar al cordero cuando ya está crecidito... la verdad es que para uno de La Rioja -donde el cordero es lechal- es difícil acostumbrarse. (y también al vino;)
Por cierto, que algo de lo peor visto respecto a la higiene para todos los turcos (creyentes o no, aunque tiene sus raíces en el Islam) es que entres a un baño comiendo algo o con algo de comida.

un saludo desde Estambul,

Andrés

Sin identidad dijo...

Jajaja, sí tiene que ser duro sí, además teniendo en cuenta que tú ya eres un veterano en estas tierras. A lo mejor lo del vino lo podemos arreglar, pero el lechal ya es más difícil.
Saludos Andres!
Ah! y enhorabuena por tu blog(Noticias desde:Turquía), muy clarificador sobre lo que se cuece en la zona.